Progreso y desigualdades
José Antonio Viera-Gallo
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José Antonio Viera-Gallo
Como se conmemoran los 200 años del nacimiento de Marx, escribí recordando que él había identificado que el hilo del progreso en la historia iba acompañado de la injusticia y las desigualdades, especialmente con la expansión de la revolución industrial y el capitalismo.
Recibí un comentario que me sorprendió: ¿Cómo se puede hablar de progreso si va aparejado de tanta injusticia? Es la paradoja en que vivimos: el avance de la sociedad no termina con las desigualdades, ni con las injusticias o exclusiones, las transforma. Evidentemente, las injusticias de hoy no son las que Marx denunciaba en la Inglaterra industrial del siglo XIX. Pero están a la vista.
Thomas Piketty, en su libro “El Capital en el siglo XXI”, señaló que las rentas del capital crecen más rápido que las del trabajo a nivel mundial, provocando un fuerte debate sobre el aumento de las desigualdades. Sin duda, en las últimas décadas –como nunca antes– millones de personas han salido de la pobreza en Asia y en América Latina, pero la desigual distribución de la renta sigue siendo un problema grave, que provoca entre otros fenómenos, el aumento de las migraciones.
En Chile sólo 16 personas poseen alrededor del 20% de la riqueza, según informe del Boston Consulting Group (BCG), siendo que la riqueza privada en 2017 creció un 10% (incluye los activos líquidos que se pueden invertir y los fondos de pensión). Esas personas tienen un patrimonio sobre los 100 millones de dólares, mientras que más de 13 millones mayores de 18 años no alcanzan a US$ 100.000. La mayor parte de la riqueza está invertida en Chile, lo que es un índice de confianza.
Pero el desnivel es sorprendente. Según el estudio, Chile progresa, pero en forma desequilibrada. Las nuevas autoridades han reconocido, por ejemplo, que la recuperación económica tardará en reflejarse en una mejoría del empleo. Por otra parte, el ex ministro R. Valdés ha recordado recientemente que no puede haber redistribución del ingreso durable sin crecimiento. El desafío es armonizar ambos objetivos. Muchas veces la economía crece a costa de los pobres y aumentan las desigualdades, como en el actual ciclo de expansión de EE.UU. A su vez, un énfasis desproporcionado en redistribuir la renta desalienta la inversión y afecta el crecimiento. Y a amplios sectores de clase media no les importan tanto las desigualdades como la movilidad social.
En la sociedad moderna las desigualdades son como un caleidoscopio. P. Rosanvallon ha insistido en “las nuevas desigualdades”. A la gente la afectan más ciertas desigualdades que inciden en su vida cotidiana, como el tiempo empleado para ir al trabajo, la inseguridad en ciertos barrios, la carencia de áreas verdes y servicios sociales básicos, la calidad de las escuelas y centros de salud, la contaminación del aire y la recolección de la basura, etc. Mientras que el acceso a las nuevas tecnologías –o al menos al celular– se expande, creando un nuevo piso de igualación.
El debate sobre el Estado de bienestar demuestra, a la vez, sus logros para crear una red de protección, y sus límites, originados en el alto costo de los servicios públicos, el aumento de la burocracia y la reproducción o creación de nuevas desigualdades con sus prestaciones. En la era de la globalización, las cadenas de creación de valor y la competencia según productividad, hay que repensar las relaciones entre el mercado, el Estado y la sociedad civil en un proyecto de equilibrio dinámico, que intente lograr crecimiento con equidad. Este es un desafío insoslayable para todos, derechas e izquierdas.